Dicen que los sueños son como historias pero contadas del
revés.
Yo la recuerdo a ella, con un vestido rojo, largo, de seda,
que hondeaba con cada sacudida del viento, su larga melena castaña corriendo de
aquí para allá constantemente, sus ojos del color y el sabor del azúcar moreno,
y su sonrisa, oh sí, su enorme sonrisa, más bonita aún que el lugar donde se
encontraban. Un campo verde se extendía ante ellos, un tímido sol asomando entre las nubes y
cuatro hojas marrones tendidas en el suelo como desgracia de la estación que
era. El tiempo no avanzaba, era un granito de arena más grande que el orificio
del reloj.
Él no era uno cualquiera, sonreía, sonreía porque lo sabía, los
dos lo sabían. Su ropa jamás la olvidaré, unas zapatillas negras con cordones
de doble lazada, unos vaqueros algo desgastados y una camisa azul marino que
parecía hecha especialmente para él. Su melena desaliñada y suave era la textura favorita de ella, sus abrazos su rincón preferido y su mirada el mejor horizonte que contemplar.
Jugaban, sonreían, corrían campo a través, entrelazaban
sus manos y tropezaban juntos cayendo sobre el mullido colchón de hierba. Se
susurraban secretos con la mirada y se comían sus penas a besos. Juntos
parecían un cuadro pintado con acuarela; color hierba, color cielo, color nube,
color beso, color ellos.
¿Qué será de este cuadro cuando saluden mis ojos y se suban
las persianas?
"Voy a cerrar los ojos en voz baja, voy a meterme a
tientas en el sueño" y voy a confiar en no amanecer más hasta que la
realidad supere a mis sueños. Buenas noches.
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