Las palabras más importantes no se gritan, se susurran al oído.

lunes, 20 de enero de 2014

Cuatro rendijas

Esta noche, como la de ayer y todas las anteriores, bajé la persiana del todo para luego subirla un poco dejando cuatro rendijas exactas. Cuatro, ni una más ni una menos, cuatro rendijas por las cuales no entra a penas luz por la noche, y que sin embargo al amanecer atraviesan rayos que luchan por abrirse paso y arrancar la oscuridad de mi dormitorio.

Rendijas que miro sin saber muy bien porqué cuando ya estoy envuelta en mi nórdico a rayas, con la cabeza reposando de lado, en esa almohada más dura de lo normal, como a mi me gusta. Las miro, y veo pasar mundos a través de ellas. 

Por ellas veo mi despertar desanimado, mi paseo solitario hasta la parada de autobús y la música de fondo de mis cascos, esa broma a primera hora de la mañana que me dijo amiga y tanta gracia me hizo, frases sueltas de algún compañero, rostros sinceros envueltos en la rutina al igual que el mío, el café a media mañana, los descansos entre clase y clase, momentos de sosiego, el recuerdo de un ayer maravilloso, la letra de mi canción favorita, un saludo amistoso de dos transeúntes que hacía tiempo que no se veían, la charla en familia a la hora de la cena, un "buenas noches y a la cama" que nadie pronunció...

Y ya, cuando mis párpados comienzan a caerse con el peso de los recuerdos, aparece siempre la misma sonrisa, una sonrisa natural que escapa de la rutina del día a día, una sonrisa aún sin rostro donde dibujarse ni personas a las que poder alimentar.


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