Las palabras más importantes no se gritan, se susurran al oído.

martes, 28 de mayo de 2013

Momentos y momentos...

En ocasiones nos vemos necesitados de compañía. No importa demasiado la persona, si no el hecho de que esté ahí, contigo. Tampoco importa lo que diga, es más no importa si está callado, no, solo importa su presencia. Puede llegar a parecer extraño, pero esa es la verdad.

Momentos en los que estás tan saturado y a la vez tan en blanco que te empiezas a plantear cosas, intentar solventar problemas, resolver dudas, cuestionarte otras... No sabes por donde van los tiros, ni tampoco qué atraviesan. Te encuentras tan no encontrado que te pierdes. Y sin saber muy bien el por qué, una persona a tu lado; te sitúa en tu lugar, te empuja hacia la salida del laberinto y te ayuda a mantener el equilibrio entre tus muchas dudas y tus escasas respuestas.

Sin embargo, hay otras situaciones más espeluznantes aun si cabe, que estas. Te sientes solo en un mar de personas, todas ellas parecen un batallón revolucionado, y a pesar de que no muestren un ápice de desorden, escándalo o bullicio, para ti es como si así fuera. Te aturden, te agobian, te presionan... y eso precisamente es lo que te hace sentir tanta soledad, les ves a todos unidos, compenetrados, a favor del mismo tema, las mismas modas..., siempre la misma historia. Entonces es cuando tú no comprendes como pueden mantener esa postura, ninguno discrepa ante semejantes cosas, ni se altera al oír otras, lo ven todos tan ¨normal¨ que ya no les extraña, pero a ti sí. Y es en este momento cuando lo único que deseas con todas las fuerzas que tienes, es escaparte, salir de dondequiera que estés y correr, correr hasta donde los pies te lleven. Llegar donde no haya nadie, cerrar los ojos y sentir que estás a gusto con tus ideales, tus pensamientos, que no necesitas que nadie te los acepte, porque son tuyos, dejarles a ellos felices con sus ideas comunes, y quedarte ahí, sosegado, en calma y suspirar queriendo decir: que lástima por ellos, parece que compartieran el mismo cerebro.


viernes, 17 de mayo de 2013

La alta cocina.

Una vez me contaron que el desprendimiento de alguna de las pestañas que cuelgan de mis cansados párpados me permite pedir un deseo tras soplarla. ¨Tu sueño se cumplirá si no vuelves a ver esa pestaña¨, al menos, eso me dijeron.

Aquella simple bobada, fue la bobada que me cambió la vida. Cada vez que se me despega una de mis muchas pestañas, la coloco con delicadeza en el dedo índice de mi mano izquierda, la contemplo unos segundos mientras mi mente elige uno de entre sus muchos deseos, y la soplo como si mis labios fueran el genio de una lámpara maravillosa.

A medida que pasan los días, me voy preguntando cuando se hará realidad aquello que pedí a una insignificante pestaña. Suena patético, pero mantengo mi esperanza. Una esperanza que alimento a pocos con las pequeñas ayudas que presto, los pequeños esfuerzos, que tal vez algún día sean lo suficientemente fuertes para dar un pequeño empujón a ese soplido deseoso de su capricho.

Tiene gracia, pero yo sí creo que los sueños se hacen realidad. Pero también creo que el aliento que desprendemos al soplar no contiene los ingredientes necesarios para cocinar nuestro deseo. Por ello aquellas palabras que en su momento me dijeron, consiguieron cambiarme la vida, poque cada día añado más ingredientes a la receta, y más especias al fuego. Todo se cuece a fuego lento.


viernes, 3 de mayo de 2013

Batalla en el asfalto.

Ni calor ni frio, la temperatura perfecta. Un sol brillante, pero no abrasante. La brisa se cuela entre mi pelo y acaricia mis mejillas queriendo vencerme, pero mis pies saben que pueden ganar la guerra. Cuatro ruedas y una tabla, ese es mi arma. Comienza la batalla. El viento me sacude, pie derecho arriba, pie izquierdo machacando el suelo, arriba abajo, arriba y abajo, una y otra vez. El viento cada vez va más rápido, pero él sabe que yo le sigo la corriente, que no tiene nada que hacer. Carveando por las calles, no se sabe si me persigue, si me adelanta, si me atrapa o me aguanta. Me deslizo, acaricio el suelo y beso el aire, nadie me va a parar, ni tú ni nadie. Mi arma es fuerte y mi cuerpo más. Corro, vuelo, giro y retrocedo, zig zag... La música al ritmo de mis pies, ¿y el viento? ya no se si va lento, estoy dentro, no lo controlo, pero me da a mí que él también está contento.
¨¿Existe algo mejor que unos cascos en los oídos y un longboard en los pies? Sinceramente, lo dudo.¨




¿Qué soy yo?

Humana lo primero.
Soy un conjunto de sentimientos amargos y alegrías mezclados con una pizca de pesimismo picado, y un chorrito de humor. La mayoría de ellos escondidos en un botecito cerrado con un tapón, que solo las fuertes amistades son capaces de destapar. Mi mente, esa no está cerrada, cualquiera es capaz de abrirse paso entre mis ideas, y untar un poco de mis pensamientos. No me importa que me vomiten, si no te han gustado, y no los has injerido bien... aléjate de ellos. De mi mente pueden salir muchas cosas a borbotones, pero para entrar ideas nuevas, eso ya es más complicado.
¿Mi corazón? Muchos consideran que es de usar y tirar, lo arrugan como una servilleta de papel, y lo lanzan al suelo. Él se queda ahí impaciente, esperando que alguien sea capaz de recogerlo, y de sacudir las migas con sus delicadas manos, plancharlo, y conservarlo en un cajón como una servilleta de verdad. Poca gente es capaz de recogerlo, pero quien lo recoge, amigo, ese no se olvida NUNCA.