Déjame que te escriba. Los dos sabemos que si no te escribo, no eres, o mejor dicho, eres, pero distinto. Aquí en el papel soy yo quien te inventa, quien te pone o te quita más estupideces de la cuenta.
Te escribo con mirada bonita y ojos no tanto, con sonrisas solo para mí y lágrimas secas. Ahora, o en cualquier otro momento en el que gaste tinta para ti, yo te escribo y te describo con abrazos para gastar en el momento adecuado, con mirada soñadora, pero no demasiado ambiciosa, mirada justa. Te pinto valiente y sin miedos; excepto en el amor, luchador pero sin venganzas, astuto, y honesto. Impredecible en casi todo y predecible en lo mejor, en lo que siempre espero y siempre me das. Sin humo, sin fuego, sin nieblas, maquillaje o mentiras, real. Reservado para lo que debes y excesivo solo en las bobadas. Te escribo invitándome a cafés, calor y buenas tardes de cine en el sofá, prestándome tu abrigo o abrazándome para robarme el frío, patinando, bailando, jugando conmigo.
Te caligrafío con buena letra y buena perspectiva, tanto que cuando dejas de ser palabras y pasas a ser tú, tú, distinto, me tropiezo y caigo con la realidad a cuestas. Déjame que te escriba junto a mí, aquí, déjame borrarte imperfecciones y sustituirlas por caprichos, déjame escribirte como eres solo para el papel, y como eres tan solo para mí.
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