Cuatro rendijas en la persiana, una lámpara de luz tenue y un libro entre abierto en la mesilla de noche, una cama que flota con los sueños de ella, quien iba a decir que los sueños no la dejarían dormir, pero es que no quiere cerrar sus párpados por miedo a que la mañana sea peor que la noche, noche perfumada con sonrisas de él.
Él, envuelto en su edredón, con la mirada perdida en la oscuridad, sin ganas de madrugar o de dormir, pero el peso de sus parpados le hacen caer en la tentación de librarse de una realidad que puede llegar a ser mejor que los sueños, bueno, tal vez no mejor que los suyos, pero sí mejor que los de ella.
Pasan las noches, una tras otra, con la incógnita de si algún día serán los dos los que no puedan dormir porque su realidad ya superó la maravilla de los sueños.
 Las palabras más importantes no se gritan, se susurran al oído.
Las palabras más importantes no se gritan, se susurran al oído.
 
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